1 de marzo de 2009

Armas de destrucción

-¿Has puesto el pan?
-Si, ya está la mesa entera

....

-¿Me pasas el agua por favor?
-Por supuesto

...

-Y en la oficina ¿os reunisteis con los inversores?
-No, ya te comenté que era el jueves
- Aaaa, me he confundido
-¿Y tu hermano?
-Bien, bien, parece que se recupera de la herida

...

-No te olvides de recoger mañana a Paula del conservatorio, tengo que ir al dentista por la tarde, y ya sabes que suele ir lenta la consulta.
-De acuerdo. ¿Sigue sin salirle la medida de la funda?
-Si tuvo que empezar de nuevo la pieza, y ya sabes que estas cosas van lentas
-Debería de pedirle un descuento, es la tercera vez que manda tallar esa funda y me dijistes que tiene que ponerte otra.
-Descuida se lo comentaré
...
- Por cierto, este domingo por la tarde seguramente iré a jugar tenis. No te causo problemas ¿verdad? De todas formas este domingo venía tu madre, estarás entretenida
-Ninguno.

Nuevamente el silencio, ninguno se mira. La nevera en la que se ha convertido su hogar baja un poco más el termostato. Están los dos dispersos. Ella tiene la mente puesta en su dentista, él en Amelia, la vecina de Óscar y Mary, con la que jugará tenis.

Sonido de platos en el fregadero, sonidos en los servicios, un buenas noches, se apagan las lamparitas de las mesillas de noche. La distancia de sus cuerpos no se puede medir, el avismo que reina en la mitad de la cama se hace más y más profundo.

En el tocador, reposa una foto de los dos abrazados de hace 15 años cuando viajaron a Palma. Las sonrisas de esa imagen y el brillo de los ojos se difumina con las partículas de polvo que cada día caen. Pero ninguno de los dos repara en ello.

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