14 de enero de 2009

Palabras silenciadas

Se despertó afónica, con la voz cansada, se incorporó de la cama como si la almohada quemase. Tenía una sensación rara. Notó que estaba empapada en sudor y lágrimas -¿Un pesadilla? No, no, no un sueño raro- Bebió agua y volvió a echarse.

Se atormentaba al percatarse de que tantos años después seguía soñando con ella. Siempre el mismo mensaje. Podían cambiar sus indumentarias, el escenario, el motivo de la discusión pero sabía que apareciendo Úrsula otro final no tiene sentido. Úrsula la busca, urde mil artimañas para llevarla al límite y entonces ella salta: le grita, pide explicaciones y con el corazón a punto de estallar, una y otra vez le pregunta que por qué la martiriza, que por qué no la deja en paz, que por qué la persigue como una sombra.

Cierra los ojos, se toca el pecho. Sabe que todo lo que calló en aquella conversación nunca llevada a cabo en la que le dio la victoria, seguirá materializándose las noches de luna menguante.

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