22 de febrero de 2009

Mis amigos

Hay gente que te hace sentir libre. Hay gente con la que podrías pasar una eternidad. No me canso de su compañía.
Hay amigos que son como los jarabes cuando enfermábamos de pequeños, todo lo curan.
Esos amigos son tan parte de ti que llegan a doler más sus problemas que los tuyos propios; y sus alegrías son infinitamente mejores que las tuyas.
De esos amigos no hay muchos, se cuentan con los dedos de las manos. Pero sabes que con levantar un teléfono, ellos saben si estás bien o mal.
Son aquellos con los que cualquier plan es un planazo porque logran hacerlo especial. Aquellos con los que has hecho miles de veces los mismos viajes imaginarios.
Son los mismos que me cogen la mano cuando me siento derrotada. Los que vienen a buscarme para que no esté triste. Los que me escriben mails e intentan sacarme mis cuitas con sacacorchos porque yo soy -como los gatitos me enrosco cuando sufro- y a nadie le cuento; y pensar en su ausencia me enloquece.
Son los mismos que me besan y dan achuchones, que me recuerdan lo bueno que tengo, quién soy en realidad, que me hacen reír con sus pamplinas.
Mis amigos son también los que me necesitan y me mandan un SOS para que los anime.
Mis amigos, con los que tengo mil anécdotas. A los que les deseo la mayor de las suertes, los más especiales.

Mis amigos, los más lindos del mundo.

17 de febrero de 2009

Ventanera


Debía haber sido una princesa, una mujer de la alta sociedad. Educada en los mejores colegios de monjas de la capital, fina y elegante, hermosa y pura. Era capaz de levantar los suspiros más profundos al pasar por el lado del género masculino. Tan deseada y ella volátil, ajena a las pasiones de la vida, con la mirada puesta en el espíritu. Esperando ayudar a los otros, anhelando el día en el que pudiera formar su propia familia.

Ella estaba destinada a vivir en una gran casa, a ser atendida por otros, a conservar su belleza etérea, a vestir las mejores galas. Debería levantarse cada mañana con el único objetivo de arreglarse, velar por sus hijos y salir a sus labores de caridad.

Pero la vida nunca es como debería.

Ella se asoma cada día a la ventana de su salón para asegurarse que más allá de las paredes de su casa hay vida, que el mundo continúa girando y que sólo su casa se ha paralizado. Respira, observa a los transeúntes y aprovecha los rayitos de sol. Piensa, bueno por la noche podré bajar la basura.

Riega sus cáctus, el otro recuerdo de vida que conserva en su casa, con esmero y espera ansiosa la llegada de sus hijos para recibir noticias alegres y frescas del exterior.

Se pierde imaginando fiestas y viajes imposibles a los que ya nunca irá; y a los que ya cada vez desea menos. Lo mira, se lamenta por él, por su inerte existencia; pero más se lamenta por ella, enterrada en vida con toda la fuerza y energía del mundo. Su madre, su marido, ¿y quién la cuidará a ella?

Vuelve a mirar por la ventana, se ríe acordándose de algo que vio en la tele la tarde anterior, la tele se ha convertido en su mejor amiga.

Una voz reclama su ayuda. Tiene esa voz metida en la cabeza, a todas horas lo escucha, aunque él duerma plácidamente. Él se consume y ella cada vez sonríe menos. Se acuerda de la madre superiora: Sacrificio, sacrificio…y da gracias a Dios por todo lo que tiene. Aunque sea esclava de una enfermedad que lentamente se los va llevando a los dos poco a poco.

El fresquito de la ventana refresca sus pensamientos: tengo que hacer el almuerzo…Y vuelve a su día, a su día de la marmota.

13 de febrero de 2009

Media Naranja




Con motivo de San Valentín quiero recuperar el mito de la Media Naranja que leí hace tiempo:




Contaban los griegos que existían cerca del Olimpo unos seres andróginos (masculinos y femeninos) y esféricos (no olvidemos el concepto de la esfera como perfección y pensemos por un momento también en el ying y el yang)




Estos seres vivían en la plenitud, estaban llenos de felicidad, hasta tal punto que despertaron la envidia de los dioses. Un día Zeus, fastiado por tanta alegría les mandó un rayo partiéndolos en dos. Cada parte, la masculina y la femenina, cayeron por separado y Zeus los condenó a pasar el resto de sus vidas buscando su otra mitad para volver a ser felices.




3 de febrero de 2009

Sé que era ella


El mediodía caía en el patio de mármol, era un sábado y no había nadie por la casa.
Me senté en el patio delante de la fuente. Es un patio de estilo muy sevillano por la escalera se accede a la vivienda situada en un corredor alrededor del patio. Siempre me gustó imaginar cómo sería aquella casa-palacio antes de que la reconvirtieran en colegio.

Miré arriba y la vi.

Vi como Carmen se asomaba a tocar la campanita que pende de una de las ventanas del corredor. Tenía, como siempre, el pelo corto y llevaba el delantal. A través de sus gafas le brillaban los ojillos más que nunca y parecía contente. Estoy casi segura que no lo soñé, o tal vez si. Pero volví a verla tocar la campanita. Me pareció más joven de lo que la recordaba. Cerré los ojos sintiendo los rayos de sol que por el patio llegaban hasta mi rostro. Fueron unos segundos, y al abrirlos de nuevo, había desaparecido. Me pareció ver como si alguien se perdiera por el corredor. Sentí un impulso de gritar preguntando- ¿Carmen, eres tú?- pero deseché la idea.

Sé que era ella porque el patio y el corredor se llenaron de su presencia, ¡como admiro a la gente que tiene tanto carisma como para llenar las estancias y eclipsar a todos los demás!

Sé que era ella, nadie desprende la energía que era capaz de emitir.

Bueno quizás es que ese patio y ese edificio siempre continúan llevando su impronta, son una mimesis. La esencia de Carmen es imposible de borrar.

Cerré los ojos otra vez esperando volverla a ver.

Unos piecillos locos a la carrera me sacaron de mi trance. –¡Titaaaaa!

Una Carmen, dos cármenes…

Sé que era ella.